Aunque el proyecto europeo no muestra tantas fisuras ni balbucea como lo hacía en el año 1992, o incluso en 2008, todavía se está lejos, muy lejos, de poder cantar victoria de manera definitiva.
Cerca de la conocida como Avenida de los Francotiradores de Sarajevo sorprende un extraño monumento dedicado “a la comunidad internacional”. La réplica de un envase de carne enlatada de un metro de altura, rodeado por la bandera de la UE, descansa sobre un pedestal de piedra en el que se lee “De los agradecidos ciudadanos de Sarajevo”. “Fue nuestra manera de agradecer la ayuda exterior, el apoyo europeo”, explicaba el pasado verano María, una joven guía turística que no borró su sonrisa burlona a pesar de los duros recuerdos del asedio a la ciudad.
Si la pena es la fuente del humor, como decía Mark Twain, los habitantes de la capital de Bosnia acumularon reservas durante los cuatro años del sitio a la ciudad . Los francotiradores y morteros serbo-bosnios sacaron los colores a una Europa desunida e incapaz. La respuesta de los socios europeos, y del resto de países, fue el envío de lotes de comida caducada que no solo provocó intoxicaciones sino que también resultó fatal para algunos de sus consumidores.
Los aniversarios ofrecen una buena ocasión para medir la distancia recorrida. Este año recién finalizado marcó el 25 aniversario del inicio del asedio a Sarajevo, que terminaría por gestar la política exterior europea como respuesta a uno de los capítulos más vergonzosos de la historia del continente. Y el este año se cumplirá una década de la caída de Lehman Brothers, que azuzó los ánimos de los estados miembros de la UE para progresar en el otro gran frente, la unión económica y monetaria.
La vara de medir se mantiene intacta: la unidad y el comunitarismo frente al aislacionismo nacional y el intergubernamentalismo. Aunque el proyecto europeo no muestra tantas fisuras ni balbucea como lo hacía en el año 1992, o incluso en 2008, todavía se está lejos, muy lejos, de poder cantar victoria de manera definitiva.
Incluso el optimismo impreso en el código genético europeo, el principio de una “unión cada vez más estrecha” que abre el Tratado de Lisboa, se marchitó en 2017. El primer ministro holandés Mark Rutte recomendó a los federalistas que pelean por su visión europea que vayan al oftalmólogo.
Los motores de la integración se ralentizaron el pasado año justo cuando más lo necesitaban sus ciudadanos. Mientras EEUU daba la espalda al Viejo Continente y China buscaba moldear la globalización a su gusto, Europa se enfrentó ensimismada a sus demonios: el populismo, el euroescepticismo y el nacionalismo en las urnas holandesas, francesas, alemanas o incluso el referéndum catalán.
No obstante, se salvaron las bolas del partido, sobre todo porque la victoria Emmanuel Macron no solo sirvió para detener la embestida de los populistas en el país, sino también porque el nuevo presidente francés inyectó una renovada ambición europea para avanzar.
Pero el gran objetivo para 2017 no era progresar, sino evitar retroceder. Con Donald Trump empeñado en cortar lazos, ya fuera con el Acuerdo de París, la OTAN o la cooperación comercial, y el grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia) empeñado en torpedear políticas comunitarias, sobre todo en materia de la cooperación migratoria entre Estados miembros, el eje Bruselas-París-Berlín se felicitó porque este 2017 no terminara peor que arrancó.
Mantener la cohesión
Europa ha tenido que sacrificar ambición para mantener la unidad. Como destacó el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, al empezar la cumbre del pasado mes de diciembre, ahora toca trabajar sobre esta unidad “con más intensidad y con más eficiencia que antes”. Ellos supone en sí, un cierre de filas tan frágil pero a la vez tan necesario con el objetivo de dar cuerpo a la política exterior europea o completar su unión monetaria.
No en vano, este sacrificio de los grandes proyectos para mantener la cohesión aspira a ser solo una retirada táctica. Porque el presidente Macron, con la complicidad de la canciller alemana en funciones, Angela Merkel, y el apoyo de una decena de Estados miembros y las instituciones comunitarias, no quiere que 2018 se consuma tan solo salvando los muebles ante la coyuntura internacional.
Resulta “indispensable” una visión a largo plazo para el euro, clamó Macron tras el encuentro de los líderes de diciembre. “Ahora es el momento para reformar la eurozona”, le secundó Merkel.
Europa inaugurará este 2018 con su nueva cooperación reforzada en seguridad y defensa, y aspira a cerrar en junio una hoja de ruta para profundizar la eurozona, empezando por la culminación de su unión bancaria y con la vista puesta en una verdadera unión fiscal.
Puede que este renacido momentum político, alimentado en parte por la buena situación económica, encalle en la suma de obstáculos que ya esperan por delante (como las negociaciones del Brexit o la parálisis política en Italia tras las elecciones). Quizás sean los “desconocidos desconocidos” de Ronald Rumsfeld, aquellos eventos que no solo no conocemos sino de los que ignoramos su existencia, los que pinchen las grandes aspiraciones europeas. O puede que, una vez más, sean las eternas divisiones entre los europeos las que traigan un mínimo común denominador vestido de compromiso.
Pero este 2018 representa seguramente la mejor oportunidad en años para enterrar con éxitos los tristes aniversarios.
Se endurecen los perfiles de los dirigentes políticos electos
Este 2017 que dejamos atrás trajo buenos resultados para los pesos pesados del escenario internacional más alejados de la democracia liberal. Xi Jinping reforzó su poder en China y consiguió colocarse como el campeón de la globalización. El turco Recep Tayyip Erdogan también apuntaló su presidencia a través de una reforma constitucional, avalada por los turcos en referéndum. Incluso la toma de posesión de Donald Trump en EEUU representó un golpe bajo al faro del mundo libre a causa de sus políticas proteccionistas y xenófobas. La tendencia no solo continuará presumiblemente, sino que se reforzará en 2018 con la esperada victoria de Vladimir Putin en las elecciones rusas en marzo. Los perfiles políticos electos se endurecen en los últimos tiempos, e incluso entre los demócratas se refuerza el control de los engranajes y la escenificación del poder para competir en un mundo más asilvestrado, como en el caso de la presidencia ‘jupiteriana’ en Francia de Emmanuel Macron.
Fuente: eleconomista.es
Fuente: Club de Emprendedores